Son los momentos en lo que no
estamos juntos en los que me planteo con la suficiente objetividad y frialdad
si es que se puede decir de este modo, cuál es la meta o el fin del camino.
Ahora es cuando en mi cabeza resuenan todas esas cosas que hipotéticamente
habré dejado si no hay un final feliz. Es tan fácil hacer una elección que
nunca te detienes y piensas que pasará más allá del inmediato después, pero con
el tiempo las consecuencias de esas decisiones no son más que una posibilidad
entre mil que ocurre de forma inevitable, y natural. Lo complejo, quizá, es
hacer que esa elección se convierta en la única elección adecuada. El hecho de
que ocurran unas cosas u otras no tiene la más mínima importancia, las
repercusiones de todo lo que hiciste o haces no significa nada. Tú le das el
sentido a todo lo que ocurrió y ocurre, pero lo haces inconscientemente. Lo
convencional que pasa a formar parte de tu vida diaria, es viajar preso del
pánico por la incertidumbre de hechos futuros, sin tener en mente que nada tendrá
significado al menos que tú se lo des.
Entonces te llega el momento,
la iluminación, ese origen de coordenadas donde nada perturba el nacimiento de
una idea real, clara, útil. Entonces por un segundo, mirando alrededor pero sin
fijar la vista, parece que todo cobra la esencia necesaria que lo hace
funcionar de la manera perfecta que en ese instante te apetecía. Pero sigues
sin saber si es real, o si solo es un manto sobre la misma silueta que
contemplaste una y otra vez en alguna otra ocasión.
No se trata de la duda sobre
lo que es o lo que no es, se trata de la convicción necesaria y posible para
que sea lo que tiene que ser. Hablo el poder de crear lo que queremos que
exista en ese mundo pseudoperfecto que
sin apartar la vista de nuestro objetivo se presenta ante nosotros. Percibir lo
que deseamos, con independencia de la procedencia o la naturaleza del estímulo.
Es la locura que en algún momento necesitamos para evitar la cordura que nos
arrastra hacia lugares donde jamás quisimos estar.
Esta es la perspectiva, la de
que nada se trata de un balance matemático entre pérdidas y ganancias, sino del valor
abstracto de un balance no numerario. Sopesar el valor del cambio, y significar
los términos en la medida en la que nos interese sin la necesidad de exportarlo, sin la
necesidad de comprobarlo, sin la necesidad de buscar el acuerdo, sino con el
único fin de que sirva a un solo prósposito, que no es otro sino el de que
funcione.
En estos términos la entrega
total, no tiene matiz prospectivo con alternativas, sino un valor único, el
valor que le hemos otorgado pragmáticamente. No es reduccionista, sino
esencialista, en el sentido de que es el núcleo de algunos conceptos los que
hemos de manipular para que sirvan. No hay plan maestro, sino, un conjunto
desordenado de sensaciones que te llevan al miedo, al riesgo, al coraje, al
pesimismo, al sueño….en tantas direcciones que desde la posición racional,
jamás habría un avance unánimemente aceptado.
Entregarse, pues, supone bajo este prisma y en mi caso en particular, la
forma más útil, sencilla, elegante, bella de estar en el espacio, ánimo y
tiempo donde quiero estar. Es, valga la redundancia, particularmente práctico
para reafirmar el lugar al que llegué y donde quiero permanecer así como la
forma de existencia, y lo que podría ser más importante, para sentar la base de
lo que quiero conseguir. Es posible, que más que lo que quiero conseguir, la
idea sea, el marco donde quiero que ocurran todas esas cosas que quiero
conseguir.
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